Confesiones de una máscara. Estudio y publicaciones


La primera edición en España de Confesiones de una máscara data de 1979, con prólogo de Juan Antonio Vallejo-Nájera, de la editorial Planeta. Vallejo-Nájera hace un resumen de su excelente ensayo “Mishima o el placer de morir”.  La editorial Sex Barral lo volvió a editar en 1985, siendo el traductor de la obra Andrés Bosch. Existe también otra edición del mismo traductor del año 2007 de Espasa-Calpe  con prólogo de Luis Antonio de Villena. 

Compré el libro en 1985, una edición barata de bolsillo, que el tiempo ha ido amarilleando. La novela prácticamente desapareció de las librerías españolas hasta el año 2002 en que fue editado por Espasa y sirviéndose de la misma traducción. 

El “problema” de Mishima en España es que siempre ha sido traducido del inglés. La primera obra de Mishima traducida directamente del japonés fue “Música”, por Sanako Isisu, en 1993. En cuanto a Confesiones de una máscara, la obra fue finalmente traducida del japonés por Rumi Sato y Carlos Rubio en el año 2010 y publicada por Alianza Editorial, en edición normal y de bolsillo. 

Cuando leí la obra en 1985 me impactó. Sencillamente, me pareció alucinante que alguien fuera capaz de confesarse de semejante manera. Por entonces yo apenas subrayaba los libros, aunque ocasionalmente hacía comentarios que dejaba entre sus páginas:
En el prefacio de la correspondencia entre Kawabata y Mishima, Diane de Margerie dice que Confesiones de una máscara impactó a Kawabata “con admirativa estupefacción, ya que es el primer libro, en Japón, que habla abiertamente de la homosexualidad después de Saikaku”. 

“El título Confesiones de una máscara estaría inspirado en su libro de cabecera, Intenciones, donde Oscar Wilde escribe: ‘La forma objetiva es, en realidad, la más subjetiva. El hombre es menos él mismo cuando habla por cuenta propia. Denle una máscara y les dirá la verdad.”

En el mismo libro de correspondencia aparece una carta que Mishima escribe a su maestro Kawabata:

“Ya tengo un título provisional: Confesiones de una máscara, y querría, ya que es mi primera novela autobiográfica, disecarme a mi mismo, con la doble resolución de la que habla Baudelaire: ser ‘tanto la víctima como el verdugo’, también quería torcerle el cuello a aquello en lo que mis lectores saben bien que he creído: el dios de la Belleza, para ver si sería capaz de volver a la vida. Se tratará de un análisis sin reservas, que voy a emprender con gran determinación, sabiendo que, sin duda, habrá quien rechace leer una sola página mía después de leer esta novela; en contraste, el que me diga que es ‘bella’, me habrá comprendido de la manera más profunda. Pero dada la estrechez del ambiente literario en el Japón de la posguerra, es posible que todo mi trabajo quede, una vez más, sin ser entendido.”


John Nathan sitúa en septiembre de 1948 cuando Mishima comenzó a trabajar en Confesiones de una máscara y habla de “el peligro de utilizar Confesiones de una máscara como documento biográfico es que impuso a su experiencia un esquema interpretativo que elimina todo lo que tiene que haber sido los matices dominantes de confusión y ambivalencia, y hace de cada momento una sorprendente revelación.”

El mismo Nathan dice: “La novela autobiográfica, que ya tenía bien pensada cuando se retiró, Confesiones de una máscara, iba a ser un esfuerzo terapéutico. Era un libro que Mishima comprendía que tenía que escribir para poder, literalmente, seguir viviendo. Es imposible saber qué fue exactamente lo que en el otoño de 1948 llevó a Mishima a escribir Confesiones de una máscara, un libro que era ya en sí mismo una decisión drástica.”

“Reviviendo su vida en Confesiones de una máscara, a través de un protagonista que habla en primera persona, Mishima se obligó de forma implacable a reconocer que era un homosexual latente, y algo todavía peor, un hombre incapaz de sentir pasión o de sentirse siquiera vivo, como no fuera en unas fantasías sadomasoquistas que apestaban a sangre y muerte.”

“En Confesiones de una máscara lo que Mishima intenta no es confesar la perversión sexual, sino confirmarla. Lo que él quiere, necesita, es una definición, un diagnostico por desesperado que sea, para poder, en el sentido más literal, vivir consigo mismo.”

“Desde el punto de vista artístico, Confesiones fue un éxito; es una de las novelas más admirables de Mishima. Pero en un sentido personal fue un rotundo fracaso. En sus ‘Notas’ a Confesiones de una máscara Mishima escribía: ‘Éste libro es un último testamento que quiero dejar olvidado en los dominios de la muerte, donde he residido hasta ahora.’ 

Confesiones de una máscara convirtió a Mishima en una estrella. En 1949 se vendieron veinte mil ejemplares encuadernados del libro. Y a lo largo del verano y del otoño se habló de él en todos los periódicos y revistas literarias. A algunos críticos les extrañó, e incluso les molestó, la claridad con que se expresaba Mishima. Pero todos los que contaban tuvieron que reconocer, en algunos casos de mala gana, que era un gran libro. “

El otro gran biógrafo de Mishima, Henry Scott Stokes da credibilidad a la biografía de Mishima: “Mi estudio sobre los primeros años de la vida de Mishima, se basa principalmente en una sola fuente: su obra maestra autobiográfica Confesiones de una máscara. En mi opinión esa novela es la mejor de todas las muchas obras de Mishima. De todo lo escrito por él, es en esta novela donde mejor se revela su carácter y su crianza. Da además una cristalina idea de lo que era su noción de la estética. Confesiones de una máscara describe la idea romántica que lo conduciría a su eventual decisión de cometer suicidio: la muerte violenta es la belleza última, siempre y cuando el que muera sea joven.”

Más adelante, Scott Stokes pone el día exacto en el que Mishima comenzó a escribir su libro: “Cuando el 25 de noviembre de 1948 se embarcó en la empresa de escribir Confesiones de una máscara, su intención era analizar su ‘nihilismo estético’. Y deshacerse también del ‘monstruo’ que llevaba dentro. Se suicidó ese mismo día veinticinco años más tarde.”

Confesiones de una máscara fue saludada por los críticos como la obra de un genio. El libro consagró a Yukio Mishima como fue considerado de ahí en adelante: uno de los más destacados escritores de la joven generación. Sin embargo, pocos de los críticos descubrieron la existencia del profundo conflicto de la personalidad de Mishima ni la naturaleza de su lucha contra las debilidades, lucha de la cual había nacido, precisamente, Confesiones de una máscara.”

En su excelente ensayo Mishima o la visión del vacío, Marguerite Yourcenar dice: “Confesiones de una máscara, relato casi clínico de un caso particular, ofrece al mismo tiempo la imagen de la juventud entre 1945 y 1959, no solamente en el Japón, sino en casi todas partes, y todavía es válida hasta cierto punto para la juventud de hoy.”

En su “Mishima o el placer de morir”, el doctor Vallejo-Nágera pone en duda la homosexualidad de Mishima: “Después de su muerte parece no existir un comentarista occidental que no dé por indiscutible la homosexualidad de Mishima, basándose fundamentalmente en Confesiones de una máscara, escrita a los 23-24 años, como su ‘PRIMERA’ autobiografía (así se la envió a su editor).” Vallejo-Nágera llega a preguntarse “¿Cómo puede un joven de veinticuatro años describir tan certeramente el drama interno de un homosexual sin haberlo padecido?” Lo cierto es que Mishima acostumbraba a investigar personalmente sobre todo lo que escribía.
En una ocasión, y siendo un amante de los gatos, asistió a una vivisección de un gato para hacer la pertinente descripción en una de sus novelas. Y cuesta creer que no asistiera a un parto, pues en El color prohibido hace una descripción bien sangrienta de un parto. Para escribir su novela “El rumor del oleaje” vivió en una pequeña isla durante un tiempo. Por tanto, una personalidad como la de Mishima, bien podría haber “engañado” al editor al presentar Confesiones como una biografía, aunque cuesta creerlo. Vallejo-Nágera da cuenta de que Mishima buscó ayuda psiquiátrica: “una interpretación obvia es que intenta desesperadamente la culminación utilizando para ello la creación literaria: las Confesiones de una máscara como catarsis, tratando de echar todo el veneno fuera.”

“Es curioso que habiéndose convertido de repente en el favorito de los lectores japoneses con las Confesiones de una máscara, no tuviesen sus compatriotas la reacción que he comentado como constante entre los occidentales. A nadie se le ocurrió social el protagonista de la obra de Mishima, con su autor Kimitake Hiraoka. Inevitablemente tendremos que volver al tema de su homosexualidad, pero en esos años ninguno de sus amigos la sospecha. Aún hoy siguen, a pesar de todo, dudando de ella. Suelen decir: ‘es otra máscara de Mishima’, ‘no significa nada’. Después de su muerte, dos personas que algo deben conocer de la vida privada de nuestro protagonista, su esposa y su padre, se asombrar en irritan ante los comentarios sobre su homosexualidad. Al casarse en 1958, en fecha próxima a la boda del príncipe Aki Hito, un diario realiza una encuesta preguntando a sus lectoras que de seguir ambos solteros con cuál hubiesen preferido casarse, lo que nos mide simultáneamente el nivel de popularidad de Mishima, y su encuadramiento por el público en un plano de relación sexual normal.”

Uno de los capítulos más memorables del doctor Vallejo-Nágera es el llamado “La soledad ante el espejo”, en donde detalla la relación existente entre el famoso San Sebastián de Guido Reni y la recreación fotográfica que Mishima se hizo en los años sesenta. Conocida es la descripción que Mishima hace del famoso cuadro en sus Confesiones y que provocó su primera masturbación. El doctor repara en importantes detalles:

“Es significativo que ni los biógrafos de Mishima, ni los autores e la multitud de artículos en que se ha reproducido la foto de Mishima-San Sebastián, se hayan tomado jamás la molestia de buscar el original para compararlos. Me interesa demasiado el Arte para olvidarlo. Gracias a ello podemos hacer unas interesantes observaciones. Si miramos atentamente las dos figuras salta a la vista que aparte de la distinta flexión de la cabeza y diferente colocación de las manos hay tres variantes: de las flechas mana sangre. La de la zona subaxilar izquierda ha subido a clavarse en el centro de la axila. Hay una tercera flecha en la parte inferior izquierda del abdomen. Mishima nunca hace nada sin un objetivo. Como mínimo…. la tercera flecha está clavada exactamente en el punto en que iniciará su seppuku cuatro años más tarde… Muchos años después estas vivencias infantiles desvían la colocación de una flecha en una foto. ¡Hasta qué punto somos los humanos esclavos de nuestro propio pasado!

En el libro “Mishima, el último samurai” Christopher Pankhurst recuerda la relación entre la homosexualidad y San Sebastián: “El sentimiento de ‘alegría pagana’ de Mishima mientras se masturbaba con el cuando de San Sebastián es apropiado por cuanto éste había sido desde hacía mucho tanto santo patrón no oficial de los homosexuales como pagano honorífico. Desde hace tiempo se ha reconocido que las representaciones de San Sebastián pueden atraer atenciones sexuales inapropiadas. A principios del siglo dieciséis una representación particularmente natural de San Sebastián desnudo, de Fray Bartoloméo, tuvo que ser retirada de la iglesia donde se encontraba expuesta porque las mujeres estaban admitiendo en confesión que las inspiraba pensamientos pecaminosos. Más recientemente, Derek Jarman filmó una vida cuasi-pornográfica de Sebastián, en la que se echa en falta a los censores por su contenido gráfico.”

Para Luis Antonio de Villena, en su prólogo para Espasa-Calpe no había duda sobre la homosexualidad de Mishima: “El joven que relata su vida y sus obsesiones más íntimas hasta 1948, es muy fácilmente identificable con el autor, aunque no todos los datos sean del todo exactos.” 

“Ha descubierto su homoerotismo a través de la tradición occidental: las teorías de Magnus Hirschfeld y su ‘efebofilia’, la pintura de Leni, Miguel Ángel, Whitman, Oscar Wilde o Marcel Proust. Pero los muchachos que le atraen (con morbo y sadismo), aunque entran en el arquetipo griego de belleza física, no dejan de ser japoneses.”

En lo anecdótico, cabe resaltar, para comprobar el estado en el que se encuentra en la actualidad la novela de Mishima, el resumen que hace una tal Natalia Torres Behar (no me he molestado en saber quién es) en esos libritos que se venden para estudiantes vagos que no quieren leer el libro. El librito lo compré en Amazon y tiene toda la pinta de estar encuadernado ad hoc para mi pedido. El estudio de Natalia Torres no puede ser más desafortunado. Para empezar, dice que Mishima frecuentó bares gais (sic) y que tuvo una “vida secreta en el mundo homosexual, pero era incapaz de revelar esa información de manera pública. Por eso se casó y tuvo dos hijos.” ¿Puede haber una simplificación más absurda? ¿cómo explica que  Mishima “era incapaz de revelar esa información de manera pública si él mismo entregó su novela calificándola de biografía? No debemos dar importancia a Natalia Torres, habida cuenta que unas líneas más adelante asegura que Mishima “asesinó al comandante, con la ayuda de su ejército” en su seppuku. En el librito se resalta en un recuadro que “Mishima quiso ser enviado al servicio militar cuando empezó la Segunda Guerra Mundial”, cuando lo cierto es que fue requerido más bien al final de la guerra. El colmo de la ignorancia viene cuando la autora sitúa a Mishima en una fábrica de aviones…. ¡tras la Segunda Guerra Mundial! Por momentos la autora roza la ordinariez más absoluta cuando afirma que en Confesiones de una máscara, “no hay sexo como tal, no vemos a Kochan penetrando a nadie ni siendo penetrado por nadie”. Esto es de un mal gusto propio de quien escribe sobre algo que ignora por completo.

Olvidando la anécdota,  resaltar dos hechos importantes. El primero es que en su novela Mishima siente temor por la guerra. Los bombardeos le provocaban pánico. Y mintió en su examen médico-militar, lo que le evitó ir al frente. Curiosamente él ansiaba morir en el frente para dejar su sufrimiento. El dato es importante puesto que Mishima, ya en su madurez, fue un defensor del Japón imperial. En Confesiones Mishima habla abiertamente del sentimiento que tenían los japoneses durante los últimos meses de la guerra. Él mismo afirmó que el resultado de la guerra le daba exactamente igual. El segundo aspecto es el contraste final de la novela, cuando la invasión americana ya se había producido. Las frases de Mishima no pueden mostrar más rechazo a ese hecho. Por primera vez Mishima menciona a la Coca-Cola, los nuevos bailes como el swing o el blues, y el comportamiento de las muchachas japonesas, que ya vestían de forma diferente. Curiosamente, la invasión americana motivó también que se abrieran en Tokio bares de ambiente homosexual, que Mishima trataría en su novela El color prohibido

Finalmente expongo frases entresacadas que me han parecido interesantes.  El primer párrafo es el traducido por Andrés Bosch y el segundo por Rumi Sato y Carlos Rubio. Conviene estudiar las diferencias entre ambas traducciones porque en ocasiones son ciertamente importantes:

“El olor a sudor de los soldados -aquel olor como el de la brisa marina, como el del aire de la playa quemada por el sol hasta dejarla de oro- me intoxicaba al penetrar en mi olfato. Probablemente es mi primer olor en el recuerdo. No hace falta decir que en aquellos tiempos el olor no podía tener relación directa alguna con sensaciones de orden sexual pero poco a poco y de manera constante y tenaz, despertó en mí un sensual deseo de realidades como el destino de los soldados, la trágica naturaleza de su misión, los lejanos países que verían, las maneras en que morirían…” (Traducción de Andrés Bosch)

 “El olor del sudor de los soldados -un olor a brisa marina, un olor a aire de playa quemada por colores de oro- me penetraba por la cavidad nasal y me embelesaba. Probablemente se tratara de mi primera experiencia olfativa. Era un olor que, aun desprovisto de toda relación con el placer sexual, iba despertando en mí poco a poco, pero profundamente, un anhelo voluptuoso por el mismo destino que aquellos soldados, por la muerte -azar frecuentemente trágico de su vocación-, por los países lejanos que verían, y cosas así.” (Traducción de Rumi Sato y Carlos Rubio).
“Pese a que en la infancia leía cuantos cuentos de hadas estaban al alcance de mi mano, las princesas jamás me gustaron. Sólo me gustaban los príncipes. Y entre éstos los que más me agradaban eran aquellos que morían asesinados o aquellos otros a los que su sino había condenado a una muerte violenta. Me enamoraba de todo joven que muriera a mano airada.”

 “Ya de niño me leía cualquier cuento de hadas que caía en mis manos. Sin embargo, admito que las princesas no me gustaban nada. Me gustaban sólo los príncipes. Entre éstos, mis favoritos eran aquellos comprometidos con la muerte. Mi amor se inclinaba, especialmente, por los que morían asesinados siendo todavía jóvenes.”
“Me encontraba yo en pie ante la puerta del jardín con otros miembros de nuestro hogar.”

 “Yo estaba de pie delante del portón con los otros miembros de la familia.”
“La violenta sensación de anticipo siempre ha sido para mi más angustia que placer.”

 “La esperanza intensa por algo me haría sufrir más que disfrutar.”
“El juguete también levantaba la cabeza ante la muerte, los charcos de sangre y los cuerpos musculosos.”

 “Pero también mi juguete levantaba la cabeza hacia la muerte, la sangre y los cuerpos musculosos.”
“A la edad de doce años, tuve una novia apasionada, de sesenta.”

 “Así que, a mis doce años, yo ya tenía novia: una apasionada señora de sesenta.”
“Esa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi ‘vicio’

 “Ésa fue mi primera eyaculación, y también el comienzo, torpe e imprevisto, de ese ‘mal hábito’.
“El Sucio era un juego tradicional en nuestra escuela, difundido entre los muchachos de primero y segundo curso, y como suele ocurrir en toda apasionada afición a un pasatiempo, tenía más de enfermedad contagiosa que de diversión.”

 “El juego de la cochinada’ era ya un entretenimiento tradicional en el colegio, especialmente popular entre los de primero y segundo. Como ocurre con cualquier moda por un pasatiempo, era más parecido a una enfermedad contagiosa que a una verdadera diversión.”
“A partir de aquel día, me sentí enamorado de Omi.”

 “Desde ese momento supe que estaba enamorado de Omi.”
“¿Qué más podía hacer cuando ignoraba que amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo?”

 “¿Qué más podía hacer cuando todavía ignoraba que el amor es desear y también ser deseado?”
“Cuando la ola retrocedió, quedé lavado de mi corrupción. Juntamente con las aguas en retirada, juntamente con los incontables organismos vivos que en ellas había -microbios, semillas de plantas marinas, huevos de peces- mis millares de espermatozoides habían sido absorbidos por el mar espumeante y arrastrados lejos de mi.”

 “Cuando la ola se retiró, las manchas se habían ido. La multitud de espermatozoides se había mezclado con la espuma del mar y había sido arrastrada por la ola, al lado del número incalculable de organismos vivos que pululaban dentro de ella, microbios, semillas de plantas marinas, huevas de peces.”
“El arma que era mi imaginación dio muerte a gran número de soldados griegos, a muchos esclavos blancos de Arabia, príncipes de tribus salvajes, ascensoristas de hotel, camareros, chulos, oficiales del ejército, trapecistas de circo… Era yo como uno de esos salvajes merodeadores que, al no saber la manera de expresar su amor, cometen la equivocación de matar a las personas que aman. Y yo besaba los labios de aquellos que se habían desplomado y que, en el suelo, aún se convulsionaban espasmódicamente.”

“Soldados griegos, esclavos blancos de Arabia, príncipes de tribus salvajes, ascensoristas de hotel, camareros, golfos, oficiales del ejército, jóvenes artistas del circo, etc., todos eran sacrificados y pasados a cuchillo por el filo de mi fantasía. Me asemejaba a un bruto de alguna tribu salvaje que, incapaz de amar, alta por yerro a las personas que aman. Y besaba en la boca a mis víctimas ya caídas en el suelo y todavía moviéndose en medio de convulsiones espasmódicas.”
“Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de chicos de su misma edad, incurre fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente, yo cometí ese error.”

 “Cuando un muchacho de catorce o quince años manipula su conciencia de un modo impropio de su edad, cae fácilmente en el error de pensar que es porque tiene mucha más madurez que sus coetáneos. De hecho, se equivoca.”
“Pensaba que, cuando llegara el momento oportuno, incluso en el caso de que yo no experimentara deseo alguno, también tendría de repente una erección de manera gratuita, como bajada del cielo. Pero una voz, en lo más hondo de mi, no dejaba de musitar: “No, quizá tu seas el único a quien no le ocurra”. Y esta pequeña duda se manifestaba en todos mis sentimientos de inseguridad.”

 “Pensaba que cuando se presentara el momento y aun sin ningún deseo, la erección me llegaría caída del cielo. Un diez por ciento de mi corazón, sin embargo, me seguía susurrando en voz muy baja: “No, yo seré el único al que no le va a llegar”. Y esta duda se manifestaba en todos mis sentimientos de inseguridad.”
“Incluso me estremecía de placer, de un extraño placer, al pensar en mi propia muerte. Tenía la impresión de ser el propietario del mundo entero.” “Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido. Tenía la sensación de poseer todo.”
“Durante este periodo, la atracción que anteriormente solo había sentido hacia muchachos mayores que yo se fue ampliando poco a poco hasta alcanzar también a muchachos más jóvenes. Eso no dejaba de ser natural, ya que, en aquellos tiempos, esos muchachos más jóvenes que yo tenían la misma edad en que Ofi se hallaba en los tiempos en que estaba enamorado de él.”

 “Fue por entonces cuando empecé a proyectar la atracción que hasta entonces había sentido por chicos mayores que yo hacia otros más jóvenes. Era natural, porque entonces hasta los más jóvenes que yo tenían la misma edad que Ofi cuando estaba enamorado de él.”
“Un hermoso muchacho, que aún no había cumplido los diecisiete años, acababa de ingresar en la escuela. Tenía pálida la piel, los labios dulces y cejas de curva perfecta.”

 “Había un hermoso muchacho de apenas diecisiete años que acababa de ingresar en el instituto donde yo estudiaba. Su piel era muy blanca; los labios, dulces, y las cejas, suavemente curvas.”
“Mi padre no me permitió elegir carrera tuve que ingresar en la facultad de Derecho. Pero eso no me molestó gran cosa por cuanto estaba convencido de que pronto sería llamado a filas y moriría en batalla. También estaba convencido de que mi familia hallaría piadosa muerte en un bombardeo aéreo, con lo que no quedaría ni un solo superviviente.”

 “ Por decisión de mi padre, fui obligado a matricularme en la Facultad de Derecho. No me importó demasiado porque sabía que pronto habría de ser llamado a filas como soldado, que iba a morir en combate y que incluso toda mi familia, sin salvarse ni uno, iba a perecer en alguno de los bombardeos que caían sobre la capital.”
“Los bombardeos aéreos comenzaron a ser más y más frecuentes. Me daban un miedo insólito, pero, al mismo tiempo, sin que supiera por qué, esperaba la muerte con impaciencia.” “A pesar del pavor que me provocaban los ataques aéreos, estaba al mismo tiempo ansioso de morir.”
“Sin embargo, sería un error creer que las piernas de la hermana de Kusano me producían excitación sexual. Como he dicho antes, carecía totalmente de deseos sexuales centrados en personas del sexo opuesto. Eso queda plenamente demostrado por el hecho de no haber sentido el menor deseo de ver un cuerpo desnudo de mujer.”

 “Expresada así, esta confesión podría dar a entender que yo me sentía sexualmente atraído por sus piernas. Pero no era así. Como he mencionado a menudo, yo estaba absolutamente desnudo de opiniones propias acerca de la pasión que puede sentirse hacia el otro sexo. Buena prueba de ello es que jamás había sentido deseo de ver un cuerpo femenino desnudo.”
“Había llegado a la conclusión de que yo podía amar a una muchacha sin sentir el más leve deseo. Eso constituía probablemente la más insensata pretensión que se haya dado en la historia de la humanidad. Sin darme cuenta, pretendía ser -y pido perdón, amparándome en mi natural tendencia a la hipérbole- el Copérnico de la teoría del amor.”

 “Yo suponía que podía amar a una mujer sin sentir el más leve deseo. ¿No era la suposición más absurda de la historia de la humanidad? Sin darme cuenta de este disparate, pretendía convertirme (perdón por mi modo hiperbólico de expresarme, pero es mi estilo natural) en un Copérnico de la teoría del amor.”
“La fábrica de aviones, situada en una zona desolada y polvorienta, era tan grande que se tardaba treinta minutos en cruzarla de un extremo a otro. Vario millares de obreros producían en ella un constante zumbido. Yo era uno de ellos, con la identificación de empleado temporal 953, Identidad N.º 4409.”

" En esa región desolada y polvorienta por la arena amarilla había una fábrica tan enorme que se tardaba treinta minutos en recorrerla de un extremo a otro y en la que pululaban varios miles de trabajadores. Yo era uno de ellos. Mi número de identificación era el 4409; y el de empleado temporal, el 953.”
“En mi vida he visto fábrica tan extraña. En ella, todas las técnicas de la ciencia y de la dirección de empresas, aunadas al pensamiento de excelsos cerebros exactos y racionales, estaban consagradas a una sola finalidad: la Muerte.”

 “En toda mi vida no había visto una fábrica tan extraña. Las técnicas de la ciencia más actual, el sistema de administración empresarial más moderno, los conocimientos racionales y precisos de muchos cerebros brillantes, todo estaba consagrado a un solo objetivo: la muerte.”
“Pero ¿acaso había cometido un pecado del que tuviera que arrepentirme? Aun cuando parezca una contradicción, ¿no es verdad que hay cierto remordimiento que precede al pecado? ¿Era remordimiento por el mero hecho de existir?.”

 “Pero ¿es que había yo cometido algún pecado por el que tuviera derecho al arrepentimiento? Sé que es una clara contradicción, pero ¿acaso no había tal vez un remordimiento que precede al pecado?, ¿un remordimiento por el simple hecho de mi existencia, y que la silueta de Sonoko acababa de despertar?”
“Al quedarnos solos, el señor Ohba comenzó a hablar libremente, sin siquiera intentar ocultar su oposición a la continuación de la guerra. Esas opiniones contrarias a la guerra se manifestaban en voz baja, incluso en la primavera de 1945, siempre que la gente se reunía en privado, y estaba cansado de escucharlas. El señor Ohba habló de manera insoportable, con su voz baja y monótona, y dijo que la gran empresa de materiales de cerámica en la que había invertido dinero ya se estaba preparando para la paz, y que, con el pretexto de reparar los daños producidos por la guerra, proyectaba la producción de materiales de cerámica a gran escala para uso privado. También dijo que, al parecer, estábamos haciendo ofertas de paz a través de la Unión Soviética.”

 “Una vez solos, el banquero se puso a hablar abiertamente en contra de la guerra. Estábamos en la primavera del año 20 de la era Showa y era ya tan frecuente que la gente manifestara en voz baja estas opiniones contrarias a la guerra que daba cansancio escucharlas. Me resultaba inaguantable oír el parloteo en voz baja del señor Oba. Hablaba de una gran empresa de cerámica financiada por su banco que ya estaba planeando la fabricación masiva de productos de uso doméstico con el pretexto de reparar los daños de la guerra, de las esperanzas de paz, de que al parecer se estaba negociando ya con la Unión Soviética.”
“Durante el almuerzo, el único tema de conversación fue la alarma de bombardeo de la noche precedente, que era la primera desde el mes de marzo. Como sólo había sonado el primer aviso, y el aviso de ataque inmediato no se había producido, todos se tranquilizaron y concluyeron que seguramente poco o nada había ocurrido. En cuanto a mí, carecía de toda importancia el que nada o mucho hubiese ocurrido. Me dije que, incluso en el caso de que mi casa hubiese ardido hasta quedar reducida a cenizas durante mi ausencia, incluso en el caso de que mi madre, mi padre, mi hermano y mi hermana hubieran muerto, yo me habría quedado tan tranquilo.”

 “El único tema de conversación durante el desayuno fue el de las sirenas de alarma oídas por la noche, las primeras del mes de marzo. Todos deseábamos concluir que no debió de haber sido una alarma grave: tan solo una señal de advertencia, ya que no llegó a sonar la alarma de ataque aéreo. En cuanto a mi, me daba exactamente igual. Se me antojó pensar, en efecto, que no me importaría que nuestra casa hubiera ardido en mi ausencia; incluso si mis padres y mis hermanos hubieran perecido en el ataque aéreo sin dejar ni un solo superviviente, también me quedaría a gusto porque ya no habría nadie para lamentar la situación. “
“Durante el día, pasas por las calles y tu vista no distingue más que marineros y soldados. Esos son tus jóvenes, tienen la edad que a ti te gusta, llevan la piel tostada por el sol, son naturales y sin artificios sus labios, y no hay en ellos el menor rastro de intelectualidad. Tan pronto como divisas a uno de ellos, le tomas la medida con la vista…. Te gusta el cuerpo suave de un joven de unos veinte años, el cuerpo de un joven sencillo, el cuerpo de un joven que parece un cachorro de león, ¿no es cierto? ¿A cuántos jóvenes semejantes desnudaste mentalmente ayer?”

 “Durante el día, mientras caminabas por la calle, mirabas fijamente solo a los soldados y a los marineros jovencitos. Sí, a los jóvenes de tez morena por el sol, sin rastro de intelectualidad en sus gestos y de labios candorosos. Cada vez que los mirabas, tus ojos empezaban rápidamente a tomar las medidas de sus talles. ¿Es que vas a ser modisto cuando acabes tu carrera de Derecho? Sí, hombre, reconócelo: te encantan las cinturitas cimbreantes, como de cuerpo de pantera, de esos sencillos muchachos de diecinueve años. ¿A cuántos de estos desnudaste con tu imaginación ayer, por ejemplo?”
“Desde el lugar en que nos encontrábamos, nadie podía realmente distinguir los aviones propios de los enemigos, en las batallas que se desarrollaban en el cielo de Tokio. Sin embargo, la multitud de espectadores lanzaba “vivas” cuando veía, destacando sobre el fondo carmesí, la negra sombra del avión tocado que caía. Los jóvenes trabajadores eran quienes más gritaban. Los vítores y los aplausos sonaban en las bocas de las cuevas, igual que en el teatro. En cuanto hacía referencia al espectáculo contemplado desde lejos, parecía que careciera de toda importancia que el avión derribado fuera nuestro o del enemigo. Así es la naturaleza de la guerra.”

" ¿Acaso era posible distinguir desde el refugio nuestros aviones de los enemigos en la batalla aérea que se libraba ante nuestros ojos? Sin embargo, cada vez que veíamos la sombra de un avión derribado, la multitud lanzaba expresiones de júbilo. Los que más fuerte vitoreaban eran los obreros adolescentes. Dese las bocas de las cuevas, como palcos de un teatro siniestro, se oían los aplausos y vivas de los espectadores. Contemplada la escena desde lejos, no parecía importar demasiado si el avión derribado era nuestro o enemigo. Así era la guerra.”
“Todos los hoteles se habían convertido en sede de delegaciones ministeriales o habían sido declarados lugar de detención de aquellos extranjeros cuyos países se habían rendido al enemigo.”

 “Preguntó uno a uno en los hoteles del pueblo. En todos le dijeron que no había ni una habitación disponible porque habían sido habilitados como sedes de oficinas del gobierno o como centros de detención provisional de alemanes, cuyo gobierno por entonces ya se había rendido.”
“Ahora que lo pienso, había algo quijotesco en mi forma de pensar. En la época en que se compuso Don Quijote, había muchos lectores amantes de las novelas de caballerías. Pero para estar completamente envenenado por esas novelas, como lo estaba el caballero de La Mancha, había que ser un Don Quijote. Mi caso no se diferenciaba en nada del suyo.” Traducción de Roma Sato y Carlos Rubio. Éste párrafo no se encuentra en la primera traducción de Andrés Bosch.
“Un chico alemán pasó junto a mí, también en bicicleta. Su cabello rubio y sus blancas manos estaban relucientes de agua.”

 “Un chico alemán también en bici pasó a mi lado con los cabellos rubios y las manos blancas relucientes por la lluvia.”
“Cubrí sus labios con los míos. Pasó un segundo. No sentí la más leve sensación de placer. Dos segundos. Igual que antes. Tres segundos… Lo comprendí todo.”

 “Cubrí sus labios con los míos. Pasó un segundo. No sentí la más leve sensación de placer. Pasaron dos segundos. Yo seguía igual. Pasaron tres segundos. Y comprendí todo.”
“Albergaba esperanzas -no, se trataba de algo más que esperanzas, se trataba de una supersticiosa certeza- de que en el curso de aquel mes los norteamericanos desembarcarían en la bahía de S, y que nos mandarían, en concepto de ejército de estudiantes, a luchar hasta el último hombre, o bien que una monstruosa bomba, una bomba como nadie había podido imaginar, me mataría en cualquier refugio… ¿Fue eso un presentimiento de la bomba atómica que los norteamericanos no tardarían en arrojar?”

 “Deseaba…, no sólo deseaba, sino que tenía la certeza supersticiosa de que en ese mes el ejército de Estados Unidos iba a desembarcar en la bahía S y a nosotros, un batallón de estudiantes, nos iban a mandar contra ellos para morir todos, sin quedar ni uno para contarlo. O también, que una bomba monstruosa, una bomba jamás imaginada por nadie, iba a matarme allá donde estuviera. ¿Era tal certeza un presentimiento de la bomba atómica que iba a caer seis semanas más tarde?”
“Al darme cuenta de que me observaba, miré a la enfermera y vi que se trataba de una muchacha gorda, con la piel roja como una cereza de invierno.”

 “Al percatarme de sus miradas, me fijé en el rostro de la enfermera. Era una joven rolliza y colorada como un tomate* *Literalmente, “colorada como un alquequenje”
“Por otra parte, también despreciaba a los fanáticos que aun creían en la victoria. En realidad, igual me daba que la guerra terminara en victoria o en derrota. Lo único que deseaba era comenzar una nueva vida.”

 “Despreciaba a los fanáticos aún aferrados a la idea de la victoria. Acabara la guerra en triunfo o derrota, a mí me daba exactamente igual. Lo único que quería era ´volver a nacer´.
“ Había llegado el momento final. La gente decía que la próxima bomba atómica la arrojarían en Tokio. Anduve por las calles con camisa blanca y pantalones cortos. La gente había llegado ya a los últimos límites de la desesperación, e iba a sus asuntos con gesto alegre. Pero nada ocurría. En todas partes imperaba un ambiente de excitada alegría. Era como si uno siguiera hinchando a soplidos un globo de juguete, ya muy hinchado, y se preguntara: ‘¿Estallará ahora? ¿Y ahora?’. Sin embargo, a pesar de que esperábamos que algo ocurriese de un momento a otro, nada ocurría. Esa situación duró casi diez días. Si hubiese durado más, el único camino habría sido la locura.”

 “El momento final había llegado. Se rumoreaba que la siguiente bomba atómica caería sobre Tokio. Caminaba por la calle con la camisa blanca y unos pantalones cortos de color también blanco. La gente, habiendo rebasado el límite de la desesperación, se movía con la expresión risueña. Pasaba un instante, y luego otro; y no pasaba nada. Por todas partes podían palparse los latidos alegres y emocionados previos a cuando se va hinchando un globo más y más hasta temer el momento en que va a estallar, y uno se pregunta: ¿va a estallar ahora?, ¿o ahora? Pero los instantes pasaban y no ocurría nada. Si aquella situación se hubiera prolongado más de diez días, el único camino posible habría sido la locura.”
“Parecía que mi antiguo deseo de un suicidio natural y espontáneo, muriendo en la guerra, había quedado totalmente neutralizado y olvidado.” “Parecía haber olvidado que me habían robado la esperanza de poder morir suicidándome de forma natural en la guerra.”
“El verdadero dolor llega siempre poco a poco, gradualmente. Exactamente igual que la tuberculosis, esa enfermedad que ya ha llegado a un punto grave cuando el paciente se da cuenta de los síntomas.”

 “El sufrimiento verdadero llega siempre paulatinamente. Se asemeja a la tuberculosis, la cual, antes de que el enfermo se dé cuenta de sus síntomas, ya ha alcanzado fase crítica.”
“La mojigatería es una forma de egoísmo, un medio para protegerse a uno mismo, impuesto por la fuerza de los propios deseos. Pero mis propios deseos eran tan secretos que ni siquiera me permitían emplear aquella forma de autoprotección. Y, al mismo tiempo, mis deseos imaginarios -consistentes en una abstracta curiosidad por las mujeres- me permitían una libertad tan fría que casi no daba lugar al empleo de aquella forma de egoísmo. En la curiosidad hay una virtud. En realidad, quizá sea el más inmoral entre todos los deseos que el hombre puede sentir.”

 “Los escrúpulos de conciencia son una especie de egoísmo impuesto por la fuerza de los propios deseos. Los míos eran tan secretos que ni siquiera me permitían recurrir a esa forma tan clara de egoísmo. No obstante, mis deseo imaginarios - es decir, mi curiosidad simple y abstracta por las mujeres- me procuraban una libertad tan fría que apenas me resultaba necesario utilizar ese egoísmo. La curiosidad no tiene virtud. De hecho, tal vez sea el más inmoral de todos los deseos que puede sentir el ser humano.”
“Se me ocurrió un patético ejercicio secreto. Consistía en medir mi deseo mirando fijamente fotografías de mujeres desnudas… Como cabe imaginar fácilmente, mi deseo no contestaba sí ni contestaba no. Al entregarme a mi “vicio”, procuraba imponer disciplina a mis deseos, reprimiendo mis habituales fantasías, y también evocando en mi imaginación cuerpos de mujer en las más obscenas actitudes. Había veces en que mis esfuerzos parecían tener éxito. Pero ese éxito era tan falso que me parecía triturarse mi corazón, reduciéndolo a polvo.”

 “Empecé a realizar unos ejercicios tan penosos como secretos. Se trataba de poner a prueba mi libido mirando fijamente fotos de mujeres desnudas. Naturalmente, mi libido no decía ni pío. En vista de que no me venia ninguna fantasía cuando me entregaba a mi mal hábito, lo intenté después imaginándome figuras de mujeres en las posturas más obscenas posible. A ratos parecía que mis esfuerzos eran recompensados por el éxito. Pero había tal falsedad en este éxito que mi entusiasmo se enfriaba enseguida y el corazón parecía rompérseme en pedazos.”
“La prostituta abrió la bocaza, quedando sus dientes de oro enmarcados por los labios pintados, y sacó la lengua, muy gorda, como si de un palo se tratara. Siguiendo su ejemplo, también saqué la lengua. Y las puntas se tocaron…”

 “La prostituta abrió su bocaza enseñando los dientes de oro enmarcados por el carmín de los labios y sacó una lengua rolliza como un tronco. Yo hice lo mismo y saqué mi lengua. Las puntas de nuestras lenguas se tocaron.”
“Evidentemente, mi amigo había intuido mi secreto. Tenía la impresión de que hacía cuanto podía para no mirarme a la cara.”

 “Era evidente que mi amigo se había olido mi secreto. Tuve la impresión de que evitaba mirarme a la cara.”
“No eres humano. Eres un ser incapaz de tener trato social. No eres más que un ser no-humano y extrañamente patético.”

 “No eres humano. Eres un ser incapacitado para el trato social. Eres una criatura no humana, un ser extrañamente patético.”
“Nada había que pudiera satisfacer mis anormales deseos, ni siquiera de la más leve forma posible.”

 “En este país no tenía oportunidad de satisfacer mis deseos anormales, ni siquiera de la manera más moderada.”
“Mi imaginativa tendencia hacia los efebos, que jamás, ni siquiera una vez, me indujo a comportarme como un pederasta, había adquirido una forma claramente definida, que los investigadores aseguraban era dominante. Decían que el impulso que yo sentía no es raro entre los alemanes. En el diario del conde Von Platen hallamos un ejemplo claramente representativo. Winckelmann también era así. Y si nos remontamos al Renacimiento italiano, veremos que Miguel Angel tenía impulsos como los míos.”

 “Mis fantasías libidinosas por los efebos, aunque nunca me arrastraron al ejercicio de la pederastia, habían adquirido una forma determinada cuyo grado de universalidad había sido demostrado por los investigadores del tema. Decían que los impulsos que yo tenía no eran infrecuentes entre los alemanes. Un ejemplo representativo lo ofrece el diario del conde August von Platen. También John Joachim Winckelmann era así. En la Italia del renacimiento, Miguel Ángel tenía las mismas tendencias que yo.”
“El denso dulzor de las coca-colas nos había dejado la boca pegajosa.”

 “El dulzor empalagoso de la coca-cola nos dejó la boca pegajosa.”
“La orquesta de swing tocaba una agobiante música frenética.”

 “La orquesta de swing tocaba una melodía ensordecedora de quickstep.”
“Las dos chicas iban con unos vestidos muy peculiares que parecían haber sido confeccionados con tela de kimono veraniego. Esos vestidos sin mangas dejaban al descubierto unos brazos rojos como los de las pescaderas, con marcas, aquí y allá, de picaduras de insectos.”

 “Las dos chicas llevaban unos vestidos extraños que parecían haber sido confeccionados con tela de quimono veraniego y que dejaban desnudos sus brazos. En la piel de esos brazos curtidos y enrojecidos, como si pertenecieran a hijas de pescadores, había marcas de picaduras de insectos.”
“Comenzó a sonar una vulgar música de blues.”

 “La melodía de un blues vulgar amasaba el espacio de tiempo que quedaba.”